Desplazándose sin pensar por las congestionadas páginas del sitio Temu,
rosaromántico uno puede comprender fácilmente el efecto hipnótico de lo que parece ser una oferta interminable de productos: una gabardina camel de 17,99 $; un par de tacones de aguja negros con relieves por 9,54 $; pendientes de puño de plástico de 35¢ con un brillo “dorado” barato (pero un brillo dorado al fin y al cabo). Estos son los frutos del glamour fuera de lugar de la industria. Basada en el precedente del idealismo – donde los gustos efímeros son a menudo una aspiración, una meta a la que aspirar –, nuestra economía de la moda ha regado las enredaderas crecidas de la moda rápida, una plataforma que ha permitido a los consumidores “seguir los golpes” de los medios de comunicación dominantes, participando en las tendencias a medida que aparecen (¿los vaqueros de cintura alta están pasados de moda? No pasa nada, los he comprado en Internet por menos de 7 dólares). Sin embargo, a medida que la moda rápida consolida su reinado como principal modelo de producción, se ha hecho inequívocamente evidente que lo que no pagamos directamente de nuestros bolsillos lo pagamos de otras formas, quizá más devastadoras.,En su libro “Fashionopolis: The Price of Fast Fashion and the Future of Clothes“, Dana Thomas nos recuerda que nos encontramos en una situación muy comprometida: “en los últimos veinte años, el volumen de ropa que los estadounidenses tiran a la basura se ha duplicado: de 7 a 14 millones de toneladas. Eso equivale a 80 libras por persona y año”. Magnificados por la rapidez de fabricación y de entrega de la moda rápida, los ritmos de producción casi se han duplicado en los últimos veinte años, acompañados de una drástica reducción del estilo de vida de los productos. Según algunos informes, el uso de las prendas se ha reducido al 36% en los últimos 15 años, y muchas de ellas sólo se usan entre 7 y 10 veces antes de acabar en los vertederos. Como a veces es difícil asimilar las estadísticas (los 92 millones de toneladas de residuos de moda que generamos cada año pueden ser difíciles de asimilar físicamente, más allá de que sean muchos), los ecologistas han expuesto los hechos de forma clara y exhaustiva: cada segundo de cada día desechamos el equivalente a un camión cargado de ropa. Colectivamente, y al antojo de las empresas de moda rápida, hemos sucumbido a lo que Thomas denomina “bulimia de la moda”: estamos atados por nuestros afinados hábitos de consumo excesivo y el despilfarro. El exceso generado por los modelos de producción en masa de las empresas de moda rápida nos permite entregarnos sin reservas a nuestras siniestras convenciones: alimenta y alimenta el vientre de la bestia (la bestia son las filosofías modernas de consumo).
Historia y Estilo Fast Fashion Bill | Un voto para frenar la moda rápida
版权声明:转载时请以链接形式注明文章出处。